En esta novela se
le da mucha importancia al lector, Cortázar lo obliga a participar dándole un
papel fundamental; el argumento que se relata no es más que un escenario donde
los personajes son libres, el autor los define y los suelta, los libera esperando
a que un lector los acomode a su gusto para interpretar la obra. Aquí se dá una
ruptura de la cotidianidad ya que se nos presentan nuevas realidades (algunas
más absurdas y descabelladas que otras) que formarán un camino, una forma de
llegar al cielo de la rayuela.
Este relato ha
sido referido como antinovela por muchos críticos dado su carácter innovador,
dado que rompe con todos los régimenes literarios preestablecido en la época;
de todas formas a Cortázar esto no lo detuvo, inclusive sugiere que el término
inferido a su obra le parecía una "tentativa un poco venenosa de destruir
la novela como género". Por ello él prefería denominarla contranovela
porque con ésta buscaba "ver de otra manera el contacto entre la novela y
el lector" incitando a que éste modificara su actitud pasiva frente a la
novela convirtiéndose en parte activa y crítica de esta suscitando "una
especia de polémica entre un autor y un lector".
Wolfang Iser dijo
alguna vez “el significado de la obra no puede considerarse en esencia sino en
acto, el estudio de la obra es indisociable de su efecto sobre el lector; el
texto implica tan solo un potencial de significados que se actualizan en el
acto de leer”, Santiago Juan-Navarro agrega “se deduce la consideración de la
lectura como un acto comunicativo en el que el intercambio de las partes
(texto/lector) da lugar a la transformación de las mismas y al nacimiento del
objeto estético”.
Estamos de
acuerdo con Santiago Juan-Navarro en el cuanto a que en los capítulos
prescindibles de la novela Cortázar nos comunica abiertamente sus ideas acerca
de su teoría de la creación poética; considerando que lo realiza a través de
Morelli materializando una doble especulación narrativa donde se discute un
proyecto literario de alcance global y, por otra parte, la novela analizándose
a sí misma. Lo importante que es el papel del lector queda plasmado en la
visión de Cortázar (a través de Morelli). Cuando Morelli comenta acerca de una
novela destinada a ser la perceptiva literaria de la imaginaria Rayuela
entendemos que está analizando esta obra, así esta se convierte en la teoría y praxis
de sí misma.
Para leer el
texto en el cual encontramos las ideas de Santiago Juan-Navarro los invitamos a
entrar a este link.
Consideramos como
capítulo más importante en este tema al capítulo 79 (de todas formas también encontramos
textos relacionados al tema en los capítulos 99, 109, 112, 115 y 116), lo
citaremos a continuación:
Nota pedantísima de Morelli: «Intentar el ‘roman comique’ en el sentido en que un texto alcance a insinuar otros valores y colabore así en esa antropofanía que seguimos creyendo posible. Parecería que la novela usual malogra la búsqueda al limitar al lector a su ámbito, más definido cuanto mejor sea el novelista. Detención forzosa en los diversos grados de lo dramático, psicológico, trágico, satírico o político. Intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligadamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional, otros rumbos más esotéricos. Escritura demótica para el lector-hembra (que por lo demás no pasará de las primeras páginas, rudamente perdido y escandalizado, maldiciendo lo que le costó el libro), con un vago reverso de escritura hierática.»Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco). Sin vedarse los grandes efectos del género cuando la situación lo requiera, pero recordando el consejo gidiano, ne jamais profiter de l’élan acquis. Como todas las criaturas de elección del Occidente, la novela se contenta con un orden cerrado. Resueltamente en contra, buscar también aquí la apertura y para eso cortar de raíz toda construcción sistemática de caracteres y situaciones. Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie.»Una tentativa de este orden parte de una repulsa de la literatura; repulsa parcial puesto que se apoya en la palabra, pero que debe velar en cada operación que emprendan autor y lector. Así, usar la novela como se usa un revólver para defender la paz, cambiando su signo. Tomar de la literatura eso que es puente vivo de hombre a hombre, y que el tratado o el ensayo sólo permite entre especialistas. Una narrativa que no sea pretexto para la transmisión de un ‘mensaje’ (no hay mensaje, hay mensajeros y eso es el mensaje, así como el amor es el que ama); una narrativa que actúe como coagulante de vivencias, como catalizadora de nociones confusas y mal entendidas, y que incida en primer término en el que la escribe, para lo cual hay que escribirla como antinovela porque todo orden cerrado dejará sistemáticamente afuera esos anuncios que pueden volvernos mensajeros, acercarnos a nuestros propios límites de los que tan lejos estamos cara a cara.»Extraña autocreación del autor por su obra. Si de ese magma que es el día, la sumersión en la existencia, queremos potenciar valores que anuncien por fin la antropofanía, ¿qué hacer ya con el puro entendimiento, con la altiva razón razonante? Desde los eleatas hasta la fecha el pensamiento dialéctico ha tenido tiempo de sobra para darnos sus frutos. Los estamos comiendo, son deliciosos, hierven de radiactividad. Y al final del banquete, ¿por qué estamos tan tristes, hermanos de mil novecientos cincuenta y pico?»Otra nota aparentemente complementaria:«Situación del lector. En general todo novelista espera de su lector que lo comprenda, participando de su propia experiencia, o que recoja un determinado mensaje y lo encarne. El novelista romántico quiere ser comprendido por sí mismo o a través de sus héroes; el novelista clásico quiere enseñar, dejar una huella en el camino de la historia.»Posibilidad tercera: la de hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así el lector podría llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma. Todo ardid estético es inútil para lograrlo: sólo vale la materia en gestación, la inmediatez vivencias (trasmitida por la palabra, es cierto, pero una palabra lo menos estética posible; de ahí la novela ‘cómica’, los anticlímax, la ironía, otras tantas flechas indicadoras que apuntan hacia lo otro).»Para ese lector, mon semblable, mon frère, la novela cómica (¿y qué es Ulysses?) deberá trascurrir como esos sueños en los que al margen de un acaecer trivial presentimos una carga más grave que no siempre alcanzamos a desentrañar. En ese sentido la novela cómica debe ser de un pudor ejemplar; no engaña al lector, no lo monta a caballo sobre cualquier emoción o cualquier intención, sino que le da algo así como una arcilla significativa, un comienzo de modelado, con huellas de algo que quizá sea colectivo, humano y no individual. Mejor, le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice. En cuanto al lector-hembra, se quedará con la fachada y ya se sabe que las hay muy bonitas, muy trompe l’oeil, y que delante de ellas se pueden seguir representando satisfactoriamente las comedias y las tragedias del honnête homme. Con lo cual todo el mundo sale contento, y a los que protesten que los agarre el beriberi.»
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